viernes, 7 de mayo de 2010

De sombras y mentiras...


(...) y bueno, bajo tales circunstancias quiso creer que nada habría de impedirle continuar, así que decidió añadir más y más detalles a su historia -como pretendiendo ahogar en un mar de mentiras la fatídica verdad que todos los presentes parecían conocer, pero que, subyugados, decididamente se negarían a aceptar, al menos por ahora...

Furtivamente al principio, con ansia contenida pero evidente, después; hasta terminar instalándose, cínicamente, en una frenética invención de dichos, hechos e imágenes, verosímiles incluso para quienes sabían la verdad... Arrastrando, consigo, en ese esquizoide proceso, a todos cuantos iban cayendo en la enervante atmósfera que, en soterrada complicidad, creaban su voz, su mirada, sus manos, sus silencios. Esos silencios que intuitiva y sutilmente dejaba caer en el momento más inesperado...

Quienes le rodeaban sólo atinaban a bajar la mirada, para después elevarla -todos en el mismo orden y de la misma manera-. Y cuando parecía que la niebla enajenante se disiparía; una queja, un suspiro, una sola palabra, de parte de él, eran suficientes, para volver a atraparles...

-¿Dónde está el secreto?
(Se preguntaba cada quién para sus adentros, sospechando que los demás se hacían la misma pregunta, siempre).
-Dímelo tú, ¡por favor!
-Revélame la fatídica verdad que en él se oculta.
-Dime el nombre de la entidad, que en invisible pero innegable presencia, le canta al oído lo que desea que creamos quienes aquí nos encontramos...

Yo lo observaba todo, ahíto de curiosidad, rayando en lo obsesivo. Y aún recuerdo con escalofrío cierta ocasión -después de que todos los demás se habían marchado y yo me había escondido-, en que él se dirigió al único espejo que allí había, para mirarse a sí mismo, con una expresión de intenso narcisismo...

Recuerdo cómo, con aíre de absoluta autosuficiencia, él comenzó a dibujar para sí una sonrisa inequívocamente cínica, mas sin líneas de vulgaridad. Y con voz suave, pero extrañamente sonora e intensa, dijo:
-¡Cretinos! ¡Sus "secretos" son tan claros para mí! ¡Es tan evidente el resorte que de ellos debo tocar para estremecerlos en lo más hondo! Mas, ¡oh, terrible contradicción! ¿Por qué tú, incruento destino, no me concedes el mismo placer? ¿Por qué esta paradoja de poseer la magia para tocar lo más íntimo de los demás, y no poder lograr con mis propias palabras, la más mínima vibración de mi propia alma? ¡Cuánto, en verdad, daría por estar en la piel de cualesquiera de los que embelesados me escuchan, y así gozar en carne propia del innegable placer que me provocarían mis propias palabras!

-En cuanto a ti... Tú, que te hallas agazapado en la oscuridad, pretendiendo hacerme invisible tu presencia -quedé petrificado-, he de decirte que todo lo que por mí y de mí has escuchado mientras me hablaba ante el espejo, es, en efecto, mi única verdad. Confesión descubierta por esa sombra tuya que por inocente y ridículo reflejo no supo serte fiel, delatándote -ingenua- a mis sentidos...

Ahora ¡vete ya!, y cuenta, si quieres, de lo que has sido testigo. Mas no olvides que bastará una palabra mía para tornar en mentira lo que ahora te he confiado cual verdad... ¡Ah, sagrada liturgia!"

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